Fotograma de película
En el medio de las montañas de
Chile hay un pequeño pueblo rodeado de alambreelectrificados, unos 300
inmigrantes alemanes, decenas de denuncias de abusos sexuales, más alambres
electrificados, dirigentes condenados por evasión fiscal, acusaciones por
desapariciones de disidentes del gobierno militar de Augusto Pinochet y un
cartel que anuncia “Prohibido Pasar”. El lugar ahora se llama Villa Baviera.
Unos veinte años atrás era Colonia
Dignidad.
Wolfgang Kneese fue el primero en poder escapar de la secta. Lo logró en el
tercer intento, en marzo de 1966, y contó una historia que volverían a repetir
los otros pocos que lograron fugarse en los años siguientes.
“Fue un martirio. Cuando
me escapé no me creyeron, me injuriaron y, encima, me condenaron a prisión”, dice ahora telefónicamente desde Hamburgo,
Alemania, a casi cinco décadas de su fuga.
L
a zona, calificada como un Estado dentro de otro
Estado, es un paradigma de la impunidad. La colonia de 16 mil hectáreas fue fundada en 1961 y se ganó la simpatía
de parte de la sociedad chilena por la fundación de un hospital que atendía
gratuitamente y por otras acciones de caridad.
Al mando de la secta se encontraba un grupo de alemanes encabezados por Paul Schäfer, un ex soldado nazi tuerto que escapó de Alemania
cuando pesaban sobre él acusaciones de abusos de menores.
Este carismático personaje predicaba una religión sin nombre, basada en una
dura disciplina que, aseguraba, los acercaría a Dios. “Schäfer nos reclutó en Alemania
y nos prometió el paraíso. Pero a poco de llegar a Chile me di cuenta de que
era el infierno”, cuenta Kneese.
En abril de 2010,
Schäfer murió. “Para mí y para las víctimas, es un muy buen día”,
dice el primero que logró fugarse. “Por suerte que se murió. Creo que fue el
más grande pederasta del mundo”, dijo. “Los años en la cárcel, no fueron
suficientes, porque la condena de cinco años en la cárcel en Chile es una
sentencia para un robo de una gallina”, expresa.
SIN SALIDA
Los residentes durante años sólo salieron del sitio para tratar sus negocios. O
para declarar por los casos de abusos sexuales que involucraban a los jerarcas
de la secta.
La Justicia chilena incluso ha demostrado que el enclave, que según Kneese tuvo
fuerte apoyo político de sectores chilenos durante décadas y la inacción de
Alemania, era utilizado para torturar y desaparecer a disidentes de la
dictadura de Pinochet.
Finalmente Schäfer, que estaba prófugo desde 1997, fue detenido el 10 de marzo
de 2005. Estaba en Tortuguitas, Buenos Aires. Fue encarcelado y juzgado en
Chile.
Wolfgang, como otros niños del enclave, había sido abusado por Schäfer. Cuando
tenía 21 años, ya había intentado dos veces fugarse. Pero brigadas de la propia
colonia lo habían recapturado y devuelto al encierro.
En marzo de 1966 por fin
pudo huir. Tomó un caballo de la colonia y pudo sortear la
vigilancia de la colonia. Logró alejarse de las garras de Schäfer y de la
Justicia chilena tampoco: fue acusado por robar el caballo que utilizó para
fugarse y que dejó abandonado en una estación de servicio con un cartel que
decía “Propiedad de Colonia Dignidad”.
Wolfgang pensó que iban a juzgar a los jerarcas de Dignidad. Pero como en esas
películas buenas y no tanto, no. “Al
salir de la colonia creí que me iban a proteger. Pero muchos no me creyeron y
terminé condenado a cinco años y un día de prisión”, dice.
SER ESCLAVO
En esos días, mientras se sustanciaba el juicio, el joven dio detalles de la
dura vida en la colonia, que la repetirían en los años siguientes otro puñado
de refugiados. Contó que allí la gente trabajaba desde las 6 de la mañana hasta
las 8 de la noche; que estaban prohibidas las relaciones sexuales, excepto para
el jefe, que bañaba personalmente a los niños; que se castigaba o premiaba a los
colonos reduciéndoles o aumentándoles las raciones de comida; y que los
trabajadores no percibían sueldo.
Wolfgang finalmente en la década del ’70 logró salir de Chile y regresó a
Alemania. Años después, tratando de borrar tanta tragedia, tomó el apellido de
su esposa, Kneese.
Hoy vive en Hamburgo, tiene 67 años, una hija, dos nietos y canas que empiezan
a ocultar su pelo rubio. Trabaja en la fundación Flügelschlag, que asesora y
asiste a fugados de Dignidad.
- Hace cuatro décadas
usted fue la primera persona en fugarse y denunciar las violaciones a los
derechos humanos en Colonia Dignidad. ¿Qué reflexión le merece la muerte de
Paul Schäfer?
- Es un alivio y una gran alegría.
- ¿Considera que hubo
suficiente interés del Estado chileno y del alemán por investigar?
- La preocupación del Estado alemán y del de Chile no fue suficiente para
descubrir todo lo que hizo. Tanto en los casos de abusos sexuales y en el caso
de los trabajos de Augusto Pinochet, que fue una época negra para Chile. Y
hasta hoy falta información de lo que pasó en la colonia durante la dictadura.
Por eso, tampoco Alemania no quiere que este tema se informe con mucha
profundidad.
- ¿Aún hoy Colonia
Dignidad es una secta?
- Ellos todavía tienen miedo de conocer la verdad. No pueden entender que
durante 40 años han vivido en una dirección falsa. La vida es completamente
diferente.
- ¿Cómo hizo para estar
prófugo tanto tiempo?
- Sí. Es una cosa que la gente no puede aún entender. Pero este personaje, con
un espíritu enfermo, tenía mucha protección. Yo estuve luchando cuarenta años
de mi vida para que estuviera preso.
- ¿Por qué piensa que un
perverso como Schäfer logró tantos seguidores dentro de la comunidad?
- Es una pregunta difícil para explicar. Pero una de las claves era su poder de
persuasión y sus métodos de vigilancia sobre cada uno de sus seguidores.
- ¿Considera que el
Gobierno del presidente (Sebastián) Piñera profundizará las investigaciones?
- Tengo muchas dudas. Porque si el gobierno con la señora (Michelle) Bachelet
no tenía interés en investigar el Caso Dignidad, cómo va a tener la derecha
interés. Pero para mí, la mejor noticia fue la captura y luego la muerte de
Schäfer. Yo he luchado más de cuarenta años para eso. Si hay un día sin sol y
con lluvia yo igual siempre tengo muchas ganas de trabajar y de vivir, con el
pensamiento de que Schäfer está en la cárcel- dice. Wolfgang Kneese, por fin, sonríe.
Por Sergio Romano
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