LA GUERRA EN EL
ESPACIO PUEDE ESTAR MÁS CERCA QUE NUNCA
China, Rusia y EE.UU. están desarrollando
y probando nuevas y controvertidas capacidades para librar la guerra en el
espacio pese a que lo niegan.
El punto álgido a nivel
militar más preocupante del mundo no estaría en el estrecho de Taiwán, la
península de Corea, Irán, Israel, Cachemira o Ucrania. De hecho, no puede ser
localizado en ningún mapa de la Tierra, a pesar de que es muy fácil de
encontrar. Para verlo, basta con observar un cielo despejado, hacia la “tierra
de nadie” en la órbita terrestre, donde se desarrolla un conflicto que es una
carrera armamentista en todo excepto en el nombre.
El vacío del espacio exterior podría ser
el último lugar donde usted esperaría que los militares compitieran por un
territorio impugnado, salvo por el hecho de que el espacio exterior ya no está
tan vacío. Cerca de 1.300 satélites activos envuelven al globo en un nido lleno
de órbitas, proporcionando comunicaciones a nivel mundial, navegación GPS,
pronóstico meteorológico y vigilancia planetaria.
Para los militares que se basan en algunos
de esos satélites para la guerra moderna, el espacio se ha convertido en la
última colina, y allí EE.UU. es el rey indiscutible. Ahora, mientras China y Rusia tratan
agresivamente de desafiar la superioridad de EE. UU. en el espacio con
ambiciosos programas espaciales militares propios, la lucha de poder amenaza
con desatar un conflicto que podría paralizar la infraestructura planetaria
basada en el espacio. Y a pesar de que podría comenzar en el espacio, tal
conflicto encendería fácilmente la guerra generalizada en la Tierra.
Las tensiones de larga data se están
acercando a un punto de ebullición debido a varios eventos, incluyendo pruebas
recientes y en curso de posibles armas anti-satélite por parte de China y
Rusia, así como el fracaso ocurrido el mes pasado de las conversaciones que se
dieron en las Naciones Unidas para aliviar esas tensiones.
Al testificar ante el Congreso a
principios de este año, el director de Inteligencia Nacional, James Clapper, se
hizo eco de las preocupaciones de muchos funcionarios gubernamentales de alto
nivel sobre la creciente amenaza para los satélites de EE. UU., diciendo que
tanto China como Rusia están “desarrollando capacidades para negar el acceso a
un conflicto”, como los que podrían entrar en erupción sobre las actividades
militares de China en el Mar Meridional de ese país, o Rusia en Ucrania. China,
en particular, dijo Clapper, ha demostrado “la necesidad de interferir, dañar y
destruir” satélites de EE.UU., en referencia a una serie de pruebas de misiles
anti-satélite chinos, que comenzaron en 2007.
Hay muchas maneras de desactivar o
destruir satélites más allá de, provocativamente, hacerlos volar con misiles.
Una nave espacial podría simplemente acercarse a un satélite y rociar pintura
sobre su lente, o romper manualmente sus antenas de comunicación, o
desestabilizar su órbita. Los láseres pueden utilizarse para desactivar
temporalmente o dañar definitivamente los componentes de un satélite, en
particular sus delicados sensores, mientras que ondas de radio o microondas
pueden bloquear o secuestrar transmisiones hacia o desde los controladores de
tierra.
En respuesta a estas posibles amenazas, la
administración Obama ha presupuestado por lo menos 5.000 millones de dólares en
los próximos cinco años para destinarlos a mejorar tanto las capacidades
defensivas como ofensivas del programa espacial militar de Estados Unidos. Ese
país también está tratando de abordar el problema a través de la diplomacia,
aunque con poco éxito: a finales de julio en las Naciones Unidas, las esperadas
discusiones se estancaron en un borrador de código de conducta elaborado por la
Unión Europea para los países con capacidad para la exploración espacial debido
a la oposición de Rusia, China y otros países, incluidos Brasil, India, Sudáfrica
e Irán. El fracaso ha dejado en el limbo las soluciones diplomáticas para la
creciente amenaza, lo que probablemente lleve a años de debates al interior de
la Asamblea General de la ONU.
“La
conclusión es que Estados Unidos no quiere conflictos en el espacio”, dice
Frank Rose, secretario adjunto de Estado para el control de armas, la
verificación y el cumplimiento, que ha liderado los esfuerzos diplomáticos
estadounidenses para prevenir una carrera de armas espaciales. EE.UU., dice
Rose, está dispuesto a trabajar con Rusia y China para mantener el espacio
seguro. “Pero déjeme dejarlo bien claro: vamos a defender nuestros recursos
espaciales si son atacados”.
ARMAS
ESPACIALES OFENSIVAS YA PROBADAS
La perspectiva de una guerra en el espacio
no es nueva. Temiendo el lanzamiento de armas nucleares soviéticas desde
órbita, EE.UU. comenzó a probar armas anti-satélite a finales de 1950. Incluso
probó bombas nucleares en el espacio antes de que las armas orbitales de
destrucción masiva fueran prohibidas por el Tratado del Espacio Exterior de la
ONU en 1967.
Después de la prohibición, la vigilancia
basada en el espacio se convirtió en un componente crucial de la Guerra Fría,
donde los satélites sirven como una parte de elaborados sistemas de alerta
temprana para el despliegue o lanzamiento de armas nucleares terrestres.
Durante la mayor parte de la Guerra Fría, la Unión Soviética desarrolló y probó
“minas espaciales”, que eran naves auto-detonantes que podrían buscar y
destruir satélites espías de Estados Unidos acribillándolos con metralleta.
En la década de 1980, la militarización
del espacio alcanzó su punto máximo con la multimillonaria Iniciativa de
Defensa Estratégica de la administración Reagan, conocida como Star Wars, para
desarrollar contramedidas orbitales para misiles balísticos intercontinentales
soviéticos. Y en 1985, la Fuerza Aérea de Estados Unidos llevó a cabo una clara
demostración de sus capacidades formidables, cuando un avión de combate F-15
lanzó un misil que sacó de la órbita de la Tierra a un satélite defectuoso de
Estados Unidos.
A
pesar de todo, no surgió una carrera armamentista generalizada ni conflictos
directos. Según Michael Krepon, experto en control de armas y cofundador del
Centro Stimson —un think tank en Washington DC—, eso sucedió
porque tanto EE.UU. como la URSS se dieron cuenta de lo vulnerable que eran sus
satélites —particularmente aquellos que están en órbitas geosíncronas de unos
35.000 kilómetros o más. En efecto, esos satélites se ciernen sobre más de un
punto en el planeta, transformándose en blancos fáciles. Pero debido a que
cualquier acción hostil contra esos satélites podría escalar fácilmente a un
intercambio nuclear global en la Tierra, ambas superpotencias se echaron atrás.
“Ninguno de nosotros firmó un tratado sobre esto”, dice Krepon. “De manera
independiente, ambos llegamos a la conclusión de que nuestra seguridad estaría
peor si fuéramos detrás de esos satélites, porque si uno lo hace, entonces el
otro también lo haría”.
Hoy, la situación es mucho más
complicada. Las órbitas bajas y altas de la Tierra se han convertido en focos
de la actividad científica y comercial, llenas de cientos y cientos de
satélites de unos 60 países. A pesar de sus propósitos en gran medida
pacíficos, todos los satélites están en riesgo, en parte porque no todos los
miembros del creciente club de potencias espaciales militares están dispuestos
a jugar con las mismas reglas, y no lo necesitan, porque las reglas permanecen
sin escribirse.
La basura espacial es la mayor amenaza.
Los satélites compiten por el espacio a altas velocidades, por lo que la forma
más rápida y sucia de matar a uno es simplemente lanzar algo en el espacio para
ponerse en su camino. Incluso el impacto de un objeto tan pequeño y de baja tecnología
como una canica puede desactivar o destruir totalmente un satélite de mil
millones de dólares. Y si una nación utiliza un método tan “cinético” para
destruir el satélite de un adversario, fácilmente también puede crear escombros
aún más peligrosos, potencialmente generando una reacción en cadena que
transforme a la órbita de la Tierra en un “derby de demolición”.
En 2007 los riesgos derivados de los
desechos se dispararon cuando China lanzó un misil que destruyó uno de sus
propios satélites meteorológicos en la órbita baja de la Tierra. Esa prueba
generó un enjambre de fragmentos capaces de permanecer en el tiempo y que
constituyen casi una sexta parte de todos los escombros rastreables por radar
que hay en órbita. EE.UU. respondió de la misma manera en 2008, reutilizando un
misil balístico lanzado desde un barco para derribar un satélite militar
estadounidense que funcionaba mal, poco antes de que se desplomara en la
atmósfera. Esa prueba también produjo basura peligrosa, aunque en menor
cantidad, y los escombros duraron menos porque ocurrió a una altitud mucho más
baja.
Más recientemente, China ha puesto
en marcha lo que muchos expertos dicen que son pruebas adicionales de armas
cinéticas anti-satélites terrestres. Ninguno de estos lanzamientos posteriores
han destruido satélites, pero Krepon y otros expertos dicen que esto se debe a
que los chinos están ahora simplemente probando a fallar, en lugar de golpear,
con la misma capacidad hostil como resultado final. La última prueba ocurrió el
23 de julio del año pasado. Los funcionarios chinos insisten en que el único
propósito de las pruebas es la defensa pacífica antimisiles y la
experimentación científica. Pero una prueba de mayo de 2013 envió un misil
volando a 30.000 kilómetros sobre la Tierra, acercándose al refugio seguro de
los satélites geosíncronos estratégicos.
Esa fue una llamada de atención, dice
Brian Weeden, analista de seguridad y exoficial de la Fuerza Aérea que estudió
y ayudó a dar a conocer la prueba china. “Estados Unidos se enfrentó hace
décadas al hecho de que sus satélites de órbita baja fácilmente podían ser
derribados”, dice Weeden. “Ir casi hasta la órbita geosíncrona hizo que la
gente se diera cuenta de que, por Dios, alguien en realidad podría tratar de ir
tras las cosas que tenemos allá arriba”.
No fue coincidencia que poco después de la
prueba de mayo de 2013, EE.UU. desclasificara detalles de su secreto
Programa de Conciencia Situacional del Espacio Geosíncrono
(GSSAP, en inglés), un conjunto planificado de cuatro satélites capaces de
monitorizar órbitas altas de la Tierra y hasta relacionarse con otros satélites
para inspeccionarlos de cerca. Las dos primeras naves espaciales del GSSAP
fueron puestas en órbita en julio de 2014.
“Esto solía ser un programa negro, algo
que no existía ni siquiera oficialmente”, dice Weeden. “Básicamente, fue
desclasificado para enviar un mensaje diciendo: ‘Oye, si estás haciendo algo
informal en y alrededor de la zona geosíncrona, lo vamos a ver”. “Un intruso en
órbita geosíncrona no tiene que ser un misil de explosivos para ser un riesgo
de seguridad, incluso deslizarse hasta satélites estratégicos de un adversario
se considera una amenaza. Esto es una de las razones por las que los
potenciales adversarios de Estados Unidos podrían estar alarmados por la
capacidad del GASSAP y por la de los X-37B, aviones robóticos espaciales
altamente maniobrables de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Rusia también está desarrollando su propia
capacidad para abordar, inspeccionar y potencialmente sabotear o destruir
satélites en órbita. En los últimos dos años, ha incluido tres cargas útiles
misteriosas en lanzamientos de satélites comerciales que de otro modo serían de
rutina; el último fue en marzo de este año.
Las observaciones por radar hechas por la
Fuerza Aérea estadounidense y por aficionados revelaron que después de que cada
satélite comercial despegó, un pequeño objeto adicional se alejaba del lanzador
de cohetes, para luego dar la vuelta y regresar. Los objetos, apodados
Kosmos-2491, -2499 y -2504, podrían ser solo parte de un programa inocuo que
desarrolla técnicas para el servicio y recarga de viejos satélites, dice Weeden,
aunque también podrían estar destinados a propósitos más siniestros.
LOS
TRATADOS DAN POCAS GARANTÍAS
Los oficiales chinos sostienen que sus
actividades militares en el espacio son simplemente experimentos científicos
pacíficos, mientras los rusos mayormente no han dicho nada. Podría decirse que
ambos países solo responden a lo que ven como el desarrollo clandestino
realizado por EEUU de potenciales armas espaciales. De hecho, los sistemas de
defensa de misiles balísticos, sus aviones espaciales X-37B e incluso la nave
del GSSAP, aunque es ostensible que están dedicados a mantener la paz,
fácilmente podrían ser transformados en armas para una guerra espacial. Por
años, Rusia y China han pedido la ratificación de un tratado de la ONU
legalmente vinculante que prohíba las armas espaciales, un acuerdo que el
gobierno de EE.UU. y expertos extranjeros han rechazado una y otra vez por ser
una posibilidad falsa.
“El borrador del tratado de Rusia y China
busca prohibir las mismas cosas que ellos persiguen tan activamente”, dice
Krepon. “Sirve perfectamente a sus intereses. Quieren libertad de acción, y lo
cubren con propuestas para prohibir armas espaciales”.
Incluso si el tratado se ofreciera de
buena fe, dice Krepon, “estaría muerto antes de empezar” en el Congreso y no
tendría chance de ser ratificado. Después de todo, EEUU también quiere libertad
de acción en el espacio, y en el espacio ningún otro país tiene más capacidad,
y por lo tanto más que perder.
Según Rose, hay tres problemas clave con
este acuerdo. “Primero, no es verificable efectivamente, algo que los rusos y
los chinos admitieron”, señaló. “No puedes detectar una trampa”. Segundo,
no dice nada sobre las armas anti-satélites terrestres, como las que China
probó en 2007 y de nuevo en julio de 2014. Y en tercer lugar, no define qué es
un arma en el espacio exterior”.
Como alternativa, EE.UU. apoya la
iniciativa liderada por Europa de establecer “normas” para la conducta
apropiada a través de la creación de un Código Internacional de Conducta en el
Espacio Exterior, de carácter voluntario. Este sería el primer paso, para luego
continuar con un acuerdo vinculante. Un borrador del código —cuya adopción fue
truncada por Rusia y China en las discusiones de la ONU del mes pasado—
requiere más transparencia y construcción de confianza entre las naciones con
capacidad espacial como una forma de promover la “exploración y uso pacífico
del espacio exterior”. Esto, se espera, puede prevenir la generación de más
escombros y el próximo desarrollo de armas espaciales. Sin embargo, al igual
que el tratado de Rusia y China, el código no define exactamente qué es un
“arma espacial”.
Esa vaguedad plantea problemas para los
altos funcionarios de defensa, como el general John Hyten, jefe del Comando
Espacial de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. “Nuestro sistema de vigilancia
basado en el espacio, que escudriña los cielos y rastrea todo en geosíncrona,
¿es un sistema armamentil?”, se pregunta. “Pienso que todos en el mundo dirían
que no. Pero es fácil de manejar, va a 17.000 millas por hora, y tiene un
sensor a bordo. No es un arma, ¿de acuerdo? Pero el lenguaje de un tratado,
¿prohibiría nuestra capacidad de hacer vigilancia desde el espacio? ¡Espero que
no!”.
¿ES
INEVITABLE LA GUERRA EN EL ESPACIO?
Mientras tanto, los cambios en la política
de EE.UU. están dando a China y Rusia más razones para sospechas. El Congreso
ha presionado a la comunidad de seguridad nacional para poner su atención en el
papel ofensivo en vez de en las capacidades defensivas, incluso determinando que
la mayor parte de los fondos del año fiscal 2015 para el Programa de Defensa y
Seguridad Espacial del Pentágono vayan hacia el “desarrollo del control
ofensivo del espacio y estrategias y capacidades de defensa activa”.
“El control ofensivo del espacio” es una
referencia clara a las armas. “La defensa activa” es mucho más una nebulosa, y
hace referencia a contramedidas ofensivas indefinidas que podrían adoptarse
contra un atacante, ampliando aún más las rutas por las que el espacio pronto
podría militarizarse. Si se percibe una amenaza inminente, un satélite o sus
operadores podrían atacar preventivamente a través de láseres deslumbrantes,
interferencias de microondas, bombardeo cinético o cualquier otro método
posible.
“Espero nunca pelear una guerra en el
espacio”, dice Hyten. “Es malo para el mundo. El armamento cinético
anti-satélites es horrible para el planeta” por el riesgo existencial que
representa la basura espacial para todos los satélites. “Pero si ocurre una
guerra de este tipo”, agrega, “debemos tener capacidades ofensivas y defensivas
para responder, y el Congreso nos ha pedido explorar cuáles serían esas
capacidades. Para mi, el único factor limitante es que no haya escombros.
Cualquier cosa que hagas, no generes basura espacial”.
La tecnología para interferir
transmisiones, por ejemplo, parece sustentar el Sistema de Comunicaciones
Globales de la Fuerza Aérea, la única capacidad ofensiva reconocida de EE.UU.
contra los satélites en el espacio. “Básicamente, es una gran antena sobre un
remolque, y nadie sabe cómo funciona o qué hace realmente”, dice Weeden,
señalando que, al igual que ocurre con la mayoría del trabajo de seguridad en
el espacio, los detalles del sistema son secretos. “Todo lo que sabemos es que,
básicamente, se podría usar para interferir, burlar o hackear los satélites de
un adversario”
Para Krepon, el debate sobre las
definiciones de armas espaciales y la polémica entre Rusia, China y EE.UU. está
eclipsando el problema más acuciante de la basura espacial. “Todos están
hablando sobre objetos creados por seres humanos con un propósito, dedicados al
combate en el espacio, y es como si estuviéramos de vuelta en la Guerra Fría”,
dice Krepon. “Mientras tanto, hay alrededor de 20.000 armas en el espacio en
forma de basura. No tiene un propósito, pero tampoco tienen control. No están
buscando satélites enemigos. Simplemente están zumbando por ahí, haciendo lo
que hacen”.
El ambiente espacial, dice, debe ser
protegido como un bien común, similar a los océanos y la atmósfera terrestre.
La basura espacial es fácil de hacer y difícil de limpiar, por lo que los
esfuerzos internacionales deberían enfocarse en prevenir su generación. Más
allá de la amenaza de destrucción deliberada, el riesgo de colisiones
accidentales y golpes de los desechos continuará creciendo si más países lanzan
y operan satélites sin una rigurosa rendición de cuentas y supervisión
internacional. Y a medida que crece la posibilidad de accidentes, también lo
hace la posibilidad de ser confundidos como acciones deliberadas y hostiles en
la tensionante lucha militar a capa y espada en el espacio.
“Estamos en camino a echar a perder el
espacio, y la mayoría de las personas no se dan cuenta porque no lo pueden ver
de la forma en que se ve la muerte de peces, la proliferación de algas, o la
lluvia ácida”, dice. “Para evitar llenar de basura la órbita terrestre,
necesitamos un sentido de urgencia que actualmente nadie tiene. Quizás llegue
cuando no tengamos televisión por satélite ni telecomunicaciones, informes
meteorológicos globales y predicciones de huracanes. Tal vez cuando regresemos
a la década de 1950, lo entenderemos. Pero para entonces ya será demasiado
tarde”.
Fuente Scientif American en español
Sabrina Imbler contribuyó en el reporteo.
Virgilio Sánchez Ocejo
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