lunes, 21 de enero de 2013

DINASTÍA MEROVINGIA ...


JESUCRISTO, MARÍA MAGDALENA Y LOS MEROVINGIOS

Textos  Montserrat Rico Góngora

Demostrar que los nazis buscaron, además, las reliquias de Jesucristo resulta complicado. También hay leyendas francesas que hacen referencia a que María Magdalena y Jesucristo descienden la dinastía merovingia, que gobernó el país galo en los primeros siglos del cristianismo. En Marsella aún se veneran las supuestas reliquias de la primera. El nombre de esta santa se repite con insólita insistencia cuando se intenta tirar de los hilos de esta intrincada hipótesis. 
El primer rey europeo que conquistó Jerusalén en 1099 fue Godofredo de Bouillon, un descendiente de Dagoberto II, el último rey merovingio. Este soberano fue educado por un personaje aún más fascinante: su tía, la condesa Matilde de Toscana o de Lucca, como se prefiera. El nombre de Matilde de Toscana no dice mucho a los españoles, pero en Italia suena a gloria nacional. Después de su muerte en 1115 fue enterrada en la abadía de San Benedetto (Mantua), pero en 1635 sus restos fueron trasladados con grandes honores a la Basílica de San Pedro (Roma) y depositados en una tumba esculpida por Bernini, donde aún se conservan. Su único biógrafo, el monje Donizone, que glosó su vida en un poema áulico en el primer año del siglo XII, dijo de ella que había sido el auténtico sostén de San Pedro. No debe deser exagerada esta afirmación cuando se sabe que exigió al Papa poder celebrar misa como un privilegio concedido a su propio linaje. ¿A qué linaje se estaba refiriendo? Matilde de Toscana fue la gran aliada de Gregorio VII contra el poder imperial y después de Urbano II, en quien pudo influir para que promulgara la I Cruzada en el Concilio de Clermont, en 1095, a consecuencia de la cual su sobrino Godofredo de Bouillon conquistó la roca legítima de Sión.
EXPOLIO EN EL MUSEO DEL HOMBRE
Por todo lo expuesto, parece razonable pensar que los nazis dedujeron que –de existir las famosas reliquias de Jesucristo– estaban custodiadas en Francia. Que realizaron disparatados estudios raciales es algo bien documentado, pero para los escépticos o los desconocedores del asunto baste recordar que, por orden del reichsleiter Alfred Rosenberg, artífice de los Einsatzstäbe (estados mayores especiales) en los territorios ocupados, se incautaron los fondos del Museo del Hombre de París, que contenían la colección de Franz Joseph Gall –integrada por elementos concernientes a la frenología–, así como los documentos de la fototeca, nutrida con la obra del etnólogo austro-alemán Hugo Bernatzik, que había realizado estudios en el África subsahariana.
También el tristemente célebre Joseph Mengele hizo especial hincapié en las peculiaridades de la estructura ósea y en las diferencias raciales. En los procesos de Nuremberg se supo que el expolio del Museo del Hombre fue instigado por el profesor August Hirt, director del Instituto Anatómico de la Reichsuniversitat de Estrasburgo, cuya finalidad era fundar el primer museo de razas inferiores. Hitler, que gritaba como un poseso que Jesucristo era él mismo, y su mago negro, Himmler, que sostenía que el Mesías había sido ario y no judío, podrían haber visto la oportunidad de demostrar su hipótesis estudiando el cráneo de Jesucristo. Parece una barbaridad, pero no olvidemos que este capítulo de la historia más brutal de la humanidad requiere escudriñar con las armas de lo racional lo que fue perversamente irracional. Extracto...

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