EL LÍDER NAZI DEL KU KLUX KLAN QUE SE VOLÓ LA
CABEZA CUANDO SE SUPO QUE ERA JUDÍO
Dan Burros, «Gran Dragón» de la triple
«K», no pudo soportar que un periodista descubriera su origen y se suicidó en
1965
Una organización «pacífica»
La triple «K», como se solía
decir por entonces, fue alumbrada a la altura del siglo XIX, cuando los Estados
Unidos acababan de poner punto y final -al menos de manera oficial- a la Guerra
de Secesión. Esa contienda que, en definitiva, enfrentó durante cuatro años al
norte del país (la Unión) contra las regiones del sur (los Confederados)
atendiendo a lo que a cada uno se le pasaba por la mollera con respecto a
políticas de esclavitud y de crecimiento económico. Concretamente, el Ku Klux
Klan llegó al mundo un día de Noche Buena de 1865 en Pulaski, una localidad de
Tenessee (al suroeste del país). Sus «papás» fueron seis oficiales del ejército
sureño que, hasta el chambergo de las ideas en favor de los negros que les
había obligado a acatar su antiguo enemigo -Abraham Lincoln-, decidieron crear
un club social que diera a conocer los viejos preceptos que habían defendido
junto a sus militares años antes. Entre ellos, la supremacía blanca.
El K.K.K. nació como una
organización pacífica que buscaba convencer con la palabra
«En torno a un crucifijo y a
unas velas, tomaron la palabra griega Kyklos, que significa “reunión”, y la
acompañaron de Klan, en recuerdo a los antiguos grupos familiares escoceses, ya
que los seis poseían esa ascendencia. Decidieron escribir clan con “k” para
otorgar mayor notoriedad a la organización, y tanto les gustó el sonido de la
palabra que, a su vez, separaron la palabra kuklos en dos palabras, cambiando
la o de kuklos por una u y la s final por una más fonética x. Había nacido el
Ku Klux Klan», explica la periodista y criminóloga Janire Rámila en su dossier
«Ku Klux Klan ¿Quién hay detrás de la triple “K” ?». Curiosamente, y en claro
contraste con la forma en que evolucionó, aquellos seis militares decidieron
que su organización sería únicamente de carácter político y que solo
utilizarían la palabra para convencer a sus contrarios. Nunca la violencia.
Por otro lado, también se
organizaron como un grupo esotérico para ganarse, si cabía, una reputación
mayor. Finalmente, también crearon unos estatutos en los que -como se dedicaron
a clamar a los cuatro, cinco y seis vientos- se señalaba que su objetivo era
defender a los «débiles y oprimidos». Saber a quien se referían es -a día de
hoy- un misterio, pues ellos andaban bien servidos de dinero. La teoría,
impecable. La práctica, amigo, fue diferente. Y es que, en los años siguientes
se fueron creando a lo largo de todo el territorio sur de los Estados Unidos
una serie de subclanes dependientes de esta marca que tomaron medidas más
radicales como dar de latigazos, quemar, castrar o, simple y llanamente,
pasarse por la navaja a los negros. De nada sirvió que Nathan Bedford, el
primer «Gran Maestre» de la congregación, la disolviese al ver en lo que se
estaba convirtiendo, pues se volvió a reestructurar años después con el
precepto de asesinar a cualquiera que fuera de color. En las décadas siguientes
el grupo se hizo todavía más violento hasta que, a finales del siglo XX, ya se
había extendido por una buena parte del país. Ese fue el momento en que accedió
a ella Burros.
Los inicios de un judío nazi
Daniel, que tendría en un
futuro en su currículum el triste honor de ser uno de los ideólogos del nazismo
moderno más destacados de su ciudad, vino al mundo el 5 de marzo de 1937.
Apenas dos años antes de que el héroe de su vida adulta (Adolf Hitler) metiera
su casaca grabada con esvásticas en lo más profundo de Polonia. Curiosamente si
la «Wehrmacht» (las fuerzas armadas germanas) hubiesen decidido pasarse por
Estados Unidos, la familia de Burros hubiese sido una de las primeras en ser
enviada a un campo de concentración o exterminio. Y es que, sus padres -George
y Esther- no tenían problemas en decir a voces que eran judíos y se habían
llamado esposo y esposa por primera vez tras una ceremonia de la misma
religión. «Sus padres contrajeron matrimonio a manos del Reverendo Bernard
Kallenberg en una ceremonia judía en el Bronx», explicó el periodista del «New
York Times» McCandlish Phillips en su reportaje de investigación de 1965 «State
Klan Leader Hides Secret of Jewish Origin» (el mismo que leyó Burros y cuya
vista le hizo suicidarse).
En la adolescencia, la
adoración de Dan por el mundo militar era ya un hecho. Así lo demostró el que,
cuando apenas acababa de llegar a la adolescencia, se alistara en la Guardia
Nacional. Según dicen, disfrutaba como un auténtico niño (algo que, por cierto,
era) enseñando sus prendas al resto. Totalmente obnubilado por el amor a las
armas y al ambiente castrense, solicitó durante su adultez ser admitido en West
Point -el instituto militar más antiguo del país-. Pero fue rechazado, por lo
que prefirió dirigir sus alas hacia la 101ª Compañía Aerotransportada de
Paracaidistas, donde si le dieron el «OK». Sin embargo, y según determinó el
«New York Press» en el obituario de Phillips -realizado cuando este falleció
hace más de una década- Burros hacía honor a su apellido y era un inepto.
«Tenía sobrepeso, mala coordinación, era lento y llevaba gafas gruesas, por lo
que el resto se reía de él». Tal fue la presión que llevaba sobre sus hombros,
que protagonizó tres intentos de suicidio falsos. En uno de ellos dio a conocer
su obsesión por el nazismo, pues dejó una nota alabando a Adolf Hitler.
Finalmente, sus correrías hicieron que fuera expulsado del contingente por
problemas psicológicos y trastornos de conducta.
Militante del K.K.K.
Entre los 21 y los 22 años,
Daniel comenzó su andanza como líder de grupos neonazis en Estados Unidos. Sus
padres no creían lo que le sucedía, pero así era. Su hijo, ferviente judío, se
acababa de convertir en un seguidor de Adolf Hitler. Así pues, empezó a
predicar la palabra del «Führer» y a decir frases que revolvían las tripas a
sus familiares. Algunas tales como «No hay nada en Estados Unidos que una
matanza masiva no pueda curar» o «los judíos deben sufrir, sufrir y sufrir». En
1960 se trasladó a la sede del Partido Nazi Americano, donde juró lealtad a
Adolf Hitler y a George Lincoln Rockwell, su fundador. Según la «Encyclopedia
of White Power: A Sourcebook on the Radical Racist Right», esa fue también la
época en la que escribió el «Official Stormtrooper Manual», una guía para los
nuevos reclutas de este grupo. A su vez, fue miembro también de hasta cuatro
grupos xenófobos más. Para entonces ya había perdido la razón y disfrutaba
llevando consigo una pastilla de jabón en la que aparecía escrita la siguiente
leyenda: «Hecha con la más fina grasa de judío».
Sin embargo, finalmente
terminó diciendo adiós a este partido debido a que lo consideraba demasiado
«blando» para los objetivos que perseguía y para sus ideas. «Burros era un
individuo brillante, inquieto y violento que había aprendido alemán para sostener
correspondencia con los neonazis de Alemania. Fue secretario del Partido Nazi
Norteamericano -en el que ingresó después de rellenar un largo formulario
jurado garantizando sus orígenes arios y caucásicos- pero se cansó pronto
porque le parecía retórico, desorganizado e insignificante y cambió su camisa
parda de fascista, por la sábana blanca del K.K.K. [El él] ingresó después de
una larga investigación del K.B.L. -el Buró de investigación de la secta- con
la bendición más entusiasta del gran mago imperial Robert Shelton», explicó, en
1965, el corresponsal de ABC en Washington José María Massip un día después de
la muerte de Burros.
Una vez en la triple «K»,
nuestro protagonista empezó a dar rienda suelta a su palabrería con revistas
ultra xenófobas como «The free american» (dónde señaló que Israel era «una de
las cuevas desde las cuales el judaísmo internacional extiende sus tentáculos
nefandos» y que Israel debía perecer. También solía escribir un folleto mensual
llamado «órgano de combate del fascismo racial». Uno de sus últimos números se
lo dedicó al aniversario de la muerte de Hitler. «La obra iniciada por el
maestro tiene que llegar a una conclusión victoriosa», señaló. Tampoco dejó de
sugerir la idea de que era necesario acabar con los judíos que había en Estados
Unidos en sus artículos: «Una purga de judíos en un país violento como Estados
Unidos excedería en ferocidad y totalidad a lo que hizo la Alemania nazi, que
era un país altamente cultural y civilizado».
El descubrimiento de su pasado
Insulto racista por aquí,
paliza a judíos por allá, Burros se terminó convirtiendo en «Gran Dragón» de
Nueva York. Es decir, máximo responsable del Ku Klux Klan en la región. Aquel
nuevo rango, como era de esperar, le granjeó también enemigos. Entre ellos, el
Comité Parlamentario de Actividades Antiamericanas el cual, en noviembre de
1965, le citó para declarar sobre sus múltiples alborotos, palabras de odio y
otras tantas cosas. «Ante la novedad, algunos periodistas curiosos se dedicaron
a indagar quién era Barros y qué fuerzas le habían situado en la posición de
dirigente del K.K.K. El “New York Times” encargó la información a uno de sus
jóvenes reporteros, McCandish Phillips, y este, orientado por una institución
judía, indagó sobre el pasado de Daniel Barros, encontrándose con que el
furibundo antisemita y antinegro era hijo de padres judíos, había sido
confirmado en el judaismo cuando tenía 13 años y se había educado en la escuela
hebrea de la sinagoga de Queens», añadió el corresponsal de ABC en su crónica.
Varios miembros del Ku Klux
Klan queman una cruz- Agencias
Intrigado por lo sucedido, el
reportero le puso arrestos y, a mediados de noviembre, se plantó con una
libreta y un bolígrafo en una peluquería de Queens en la que sabía que iba a
encontrar a Burros. La misma en la que le cortaban el pelo al rape. Allí, le
propuso una entrevista sobre sus actividades racistas que Dan aceptó encantado.
Todo parecía ir sobre ruedas hasta que llegó el tema peliagudo. «Su actitud
cambió repentinamente cuando el reportero le habló del matrimonio judío de sus
padres -enseñándole una copia del certificado existente en un juzgado de
Bronx-, de su propia confirmación a la fe hebraíca y de sus estudios con notas
excelentes en la escuela de la sinagoga. Sin descomponerse ni levantar la voz,
con una violencia contenida, el Gran Dragón de los K.K.K. bajó de la silla
donde le estaban cortando el pelo, puso una mano sobre el hombro del reportero
y le dijo: “Si esto se publica tomaré represalias, ¿entiende usted? Iré y le
mataré. No me importa lo que suceda después, porque de todos modos me habría
arruinado y este es el futuro de mi vida...», añadía Massip.
Una muerte anunciada
¿Qué es lo que hizo el
periodista? Lejos de amedrentarse (aunque seguro que con alguna que otra duda)
se fue a su casa, escribió el reportaje con la información que tenía y publicó
este en el periódico dominical. Y no ocultándolo precisamente, sino a cuatro
columnas bajo el titular siguiente: «Un jefe del Klan neoyorquino esconde el
secreto de su origen judío». «Aquel día, Burros se encontraba fuera de Nueva
York en la población de Reading, Pennsylvania. Había ido a reunirse con varios
correligionarios, un Gran Dragón del Estado, llamado Frankhouser, la amiga de este,
una señorita, Regina Kupisziewski, y un tal Rotella, organizador del Klan en el
Estado vecino de New Jersey. Estaba muy agitado y hablaba constantemente del
“New York Times”, sin explicar los motivos. “Si publican esto -les dijo dos o
tres veces sin especificar de qué se trataba- iré a Nueva York hoy mismo,
volaré el edificio del periódico y mataré a ese reportero”», señaló el
corresponsal de ABC.
Su tensión y miedo eran
totales. Por ello, a las diez y media acudió a un quiosco y compró el «New York
Times». Ávido, buscó el temible artículo que le incriminaba. ¿Estaría
publicado? Para su desgracia, la respuesta fue positiva. Sabedor de que su vida
en el Ku Klux Klan había acabado, corrió hacia la casa que compartía con sus
amigos con el periódico todavía en la mano. Desesperado, abrió la puerta de una
patada y, gritando, se fue directo a un cajón de la mesita de noche. Del mismo
sacó un revólver y, tras farfullar algo sobre que no tenía nada que hacer,
disparó dos veces. La primera, sobre el pecho. Falló. La segunda, sobre la
cabeza. En este caso si acertó de pleno, acabando con su vida. ABC
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