El 9 de agosto de 1974 el presidente
renunció a su cargo, acorralado por sus propias grabaciones en el «caso
Watergate»
El presidente se levantó a las 7 de la mañana. Tuvo un rápido
desayuno, firmó la carta de renuncia, de una única frase, y dijo adiós a sus
colaboradores. Pasaban las 9 cuando entró en la Sala Este de la Casa Blanca
para pronunciar sus palabras de despedida. «Había un aire de tristeza, como
si alguien hubiera muerto. El presidente Nixon parecía espantoso.
Estaba próximo a las lágrimas. Todo el mundo en la sala
lloraba», escribió en su diario George
W. H. Bush, futuro presidente, que estaba entre el público como jefe del
Partido Republicano. Al acabar de hablar, Richard Nixon caminó hacia el helicóptero que le
esperaba en el jardín de la Casa Blanca y abandonó Washington.
Ese 9 de agosto de 1974 –Nixon había tirado ya la toalla el día
anterior, comunicando por televisión al pueblo estadounidense su intención de
dimitir a la mañana siguiente– fue el final de un proceso que comenzó dos años
antes con el robo de documentación en la sede del Partido Demócrata, en el
edificio Watergate.
Las investigaciones posteriores implicaron al entorno del
presidente en esa acción. Lo que se descubrió fue una Casa Blanca «llena de
mentiras, caos, desconfianza, especulación, autoprotección, maniobras y
contramaniobras, con un retorcimiento que deja la serie «House of Cards» como
algo poco sofisticado», ha escrito estos días el periodistaBob Woodward en «The Washington Post».
Woodward
y su colega Carl Berstein, ambos del Post, fueron quienes más
contribuyeron a destapar el caso, aunque el golpe mortal lo propinó la
confirmación de un agente del servicio secreto, en su comparecencia ante la
comisión del Senado que se ocupaba del caso, de que Nixon grababa secretamente las
conversaciones que se realizaban en su despacho.
La negativa de Nixon a entregar las cintas de las grabaciones
llevó a la intervención de la Justicia. El 24 de julio de 1974, el Tribunal
Supremo obligó al presidente a dar las cintas, mientras el Congreso avanzaba un
proceso de «impeachment» para juzgarle. Antes de que esto
último se produjera, en cuestión de dos semanas Nixon anunció su dimisión.
Dispuesto a la ilegalidad
Dispuesto a la ilegalidad
La decisión de grabar sus conversaciones y guardar las cintas, según Woodward, fue «la herida política autoinfligida con mayores consecuencias en la América del siglo XX». «La criminalidad, el abuso de poder, la obsesión con enemigos reales y percibidos, la cólera, el ombliguismo y la cortedad de miras revelados en esas cintas le dejaron abandonado por su partido y le forzaron a dimitir».
Las pocas cintas que entonces se hicieron públicas –se escogieron las que se presumían más comprometidas– bastaron para mostrar un Nixon dispuesto a la ilegalidad para espiar al contrario con tal de asegurarse la reelección de 1972 (su holgada victoria demostraría que eso había sido innecesario) y para tapar luego esas operaciones. Desde entonces, los Archivos Nacionales y la Biblioteca-Museo Nixonhan ido publicando más horas de aquellas grabaciones; lo han hecho también ahora al cumplirse cuarenta años de la dimisión del presidente.
Gran parte de esas nuevas transcripciones se recogen en «The
Nixon Defense», un libro en el que John
W. Dean, miembro del equipo de Nixon, que luego testificó contra su jefe en
la comisión del «caso Watergate», anota y comenta seiscientas nuevas conversaciones
del presidente. No constituyen ninguna gran revelación, pero confirman tanto el
perfil mafioso de Nixon como el criterio de que nunca se sabrá todo su juego
sucio y el de sus hombres.
En una de las conversaciones, Nixon comentó en 1973 a su jefe de
Gabinete, Alexander
Haig: «he ordenado que usen todos los medios necesarios, incluyendo medios
ilegales, para cumplir ese cometido». Nixon se refería a la orden que había
dado de espionaje sobre sus rivales. «El presidente de Estados Unidos nunca
puede admitir eso», añadió, avisando sobre el pacto de silencio que observarse.
Otro libro con nuevo material es «Chasing
Shadows», de Ken
Hughes, que se centra especialmente en un episodio de juego sucio de Nixon
anterior al «caso Watergate». En 1968, el entonces candidato republicano
utilizó canales diplomáticos extranjeros contra los demócratas, alertando sobre
planes del presidente Johnson en laguerra de Vietnam. Al llegar a la
Casa Blanca, Nixon pidió a su equipo que recogiera información en toda la
Administración sobre cómo Johnson, que no se había presentado a la reelección
como presidente, había ayudado en las elecciones de 1968 al candidato
demócrata,Hubert Hamphrey.
ABC _ España
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