SUPUESTO CREADOR DEL JUEGO "LA BALLENA AZUL"
Era
incapaz de hacer amigos y, como los cetáceos que van a morir a la playa, vivía
varado en internet
No
se ha manchado las manos de sangre, pero por el supuesto daño causado ya se lo
compara con Andréi Chikatilo, el peor asesino en serie de la Unión Soviética,
quien entre 1978 y 1990 mató al menos a 53 personas. No es para menos, porque,
según los investigadores rusos, Philipp Budeikin estaba detrás de varios grupos
de la muerte de internet, donde por medio de la trampa de La ballena azul se ha
incitado al suicidio a más de cien adolescentes de todo el mundo, la mayoría de
Rusia.
A
Budeikin lo localizó la policía el 15 de noviembre del 2016 en el piso que
compartía con su madre en Solnechnogórsk, una ciudad a 40 kilómetros de Moscú.
Los agentes lo encontraron en la cama. En el vídeo de la detención, se le ve
debajo del edredón. “Sal sin hacer tonterías, Philipp”, le dice una voz de
mujer.
UN CONOCIDO:
VIVÍA SU PROPIA
VIDA: SUS CHICAS, SUS AMIGOS, SUS PROYECTOS ESTABAN EN INTERNET”
Sin
oficio ni beneficio conocido, Philipp Budeikin es un joven de 21 años que se
había refugiado en internet y las redes sociales para lograr el reconocimiento
que no había logrado en la vida real. En esto no hay nada excepcional, si no
fuera porque los fiscales lo quieren procesar por haber llevado al suicidio al
menos a 16 menores de edad que se dejaron guiar por él en la trampa de la
ballena.
En
este laberinto de muerte en forma de juego, los participantes tienen que ir
pasando las pruebas que marca el administrador del grupo. Estas pueden ser
dibujarse una ballena en la mano o ver una película de terror, pero la última
es quitarse la vida. Igual que las ballenas que se dirigen a la playa para
morir, no se puede abandonar, y quien quiere hacerlo recibe amenazas.
El
anonimato (Budeikin se hacía llamar Philipp Lis en la red social rusa
VKontakte) hizo que la policía tardara varios meses en dar con él, y sólo tras
la ayuda de un adolescente que ignoró las amenazas. Esta circunstancia también
hace difícil determinar si es el creador original de La ballena azul o si es
uno de entre otros pequeños jefes.
Philipp
Budeikin pasó su infancia y adolescencia con su familia en Ujtá (una ciudad de
100.000 habitantes en el noreste de la Rusia europea). Según la prensa rusa,
Philipp tiene dos hermanos mayores. Quienes los conocieron entonces, los
describen como una familia mal avenida, con una madre que siempre estaba
regañando a los niños. En el 2012, se trasladó con su madre a Solnechnogórsk.
Según
el portal Life, Philipp no terminó el instituto. Se lo describe como un
adolescente introvertido, apartado, fracasado, “que no podía integrarse en
ningún grupo ni mantener amigos” por su agresividad. Luego, inició estudios de
formación profesional, pero tampoco los terminó.
Hacia
el 2014 “se interesó activamente por internet. Pasaba horas en la red”, ha
dicho al diario Metro uno de sus conocidos de Ujtá. Otra conocida, esta vez de
internet y que se hace llamar Daria Korn, ha dicho al portal Meduza que antes
de su detención ni siquiera se comunicaba con su madre. “Lis vivía su propia
vida. Sus chicas, sus amigos, sus proyectos estaban en internet”.
Algunos
de estos no creen que él esté detrás de La ballena azul, aunque han explicado
que sí llegó a alardear en la red de ser capaz de llevar a una persona al
suicidio.
Cuando
el año pasado la prensa rusa comenzó a denunciar este fenómeno, el nombre de
Philipp Lis estaba entre los implicados. De hecho, en una entrevista en el
portal Apparat lo reconoció. “Estamos limpiando el mundo de basura biológica”,
dijo. Tras su detención, lo negó todo. Pero este mes de mayo, ante un tribunal
de San Petersburgo, reconoció su culpa.
El
caso de Budeikin y La ballena azul han llegado hasta las más altas instancias
del poder en Rusia. La Duma prepara dos proyectos para convertir la incitación
al suicidio en un delito criminal y endurecer las penas. “Tenemos que
comprender que quienes cometen un crimen contra los niños son un nuevo
Chikatilo”, aseguró la vicepresidenta de la Cámara Baja, Irina Yarovaya.
Fuente: La Razón
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