martes, 4 de agosto de 2009

LA HISTORIA TURBIA DE CHILE

ASESINATO DEL PRESIDENTE FREI
Conspiración mortal

La sospecha de que el ex presidente Eduardo Frei Montalva (1964-70) fue asesinado por agentes de la dictadura militar se ha convertido, poco a poco, en una convicción. Más por la insistencia de la familia y de algunos personeros políticos, que por la acumulación real de pruebas obtenidas por el juez Alejandro Madrid, quien investiga el caso desde hace más de cinco años. En las últimas semanas, sin embargo, el magistrado parece haber tomado las puntas de varios ovillos de una oscura trama, que podrían conducirlo a esclarecer definitivamente las circunstancias en que falleció el ex presidente de Chile.
Hasta ahora, se habían reunido una serie de circunstancias poco claras que inducían a la familia Frei “a la certeza moral” de que el ex mandatario fue víctima de una manipulación para contagiarlo con algún elemento tóxico, mientras se recuperaba de una intervención quirúrgica en la Clínica Santa María en diciembre de 1981.
Frei Montalva ingresó a la clínica el 18 de noviembre de 1981 para operarse de una hernia en el esófago que le producía una molesta esofagitis. Los reflujos de ácidos estomacales no lo dejaban comer. No podía beber ni media copa de vino, tenía que hacer dieta permanente, dormir semisentado y consumir antiácidos a cada rato. Esto le resultaba insoportable. Después de consultar sobre los riesgos de una intervención, decidió operarse. Sus médicos de cabecera, los doctores Alejandro Goic y Patricio Silva Garín, le dijeron que no era necesario hacerlo en el extranjero y que en Chile la mortalidad de esa cirugía era nula.
La intervención la realizó el doctor Augusto Larraín, uno de los mejores especialistas. La recuperación fue inmediata y a los pocos días fue dado de alta y retornó a su casa. A los diez días empezó a sentirse mal; padecía un rebelde estreñimiento. Goic y Silva concluyeron que tenía una obstrucción intestinal por el corte realizado en la intervención y que había que operar nuevamente. Lo hicieron el 6 de diciembre. Operó Silva estando Goic presente. Parecía simple, pero se encontraron con adherencias de gran magnitud, lo que los médicos denominan “plastrón”. Fue necesario cortar un trozo de intestino y volver a unir.
El peligro mayor era que microbios del tubo intestinal pasaran a la cavidad peritoneal e iniciaran una infección. El equipo médico hizo una prolija limpieza y cerró la herida. El posoperatorio inmediato pareció favorable. Al día siguiente, el doctor Goic recibió un llamado urgente de la clínica. La presión de Frei había caído a cerca de 0 y la fiebre se estaba disparando: tenía un shock séptico ocasionado por una brusca infección.
Se llamó de inmediato al doctor Sergio Valdés, connotado especialista en infecciones; le suministraron al paciente grandes dosis de antibióticos y se le conectó a un ventilador mecánico. Como no respondió con rapidez, se optó por una tercera intervención, el 8 de diciembre, para realizar un aseo quirúrgico completo. Al salir del quirófano respondió bien: disminuyó la temperatura y se estabilizó la presión. Sin embargo, en las horas siguientes presentó nuevas complicaciones. Los médicos optaron por someterlo a una hemodiálisis para aliviar el funcionamiento de sus riñones, muy complicados por el exceso de antibióticos. Siguió con drenajes y conectado a ventilación mecánica.
Goic recordaría años después: “Nunca despegó. Estaba mejor o peor. Desesperadamente se le operó por cuarta vez. Se trajeron antibióticos desde Estados Unidos y Francia, lo último que conocía la ciencia médica. Se consultaron los mejores especialistas extranjeros”.
La familia se contactó con los médicos que habían operado al Papa Juan Pablo II después del atentado en Roma: recomendaron no moverlo de Chile.
Varios amigos se turnaron por las noches para vigilar el ingreso al pabellón donde se encontraba el ex presidente. Ninguno, sin embargo, podía controlar el acceso de personal médico a la UTI.
El 17 de diciembre Frei fue sometido a una cuarta operación para limpiar la cavidad peritoneal, invadida por sustancias purulentas producidas por la infección que se hacía incontrolable. En la clínica se congregó un selecto grupo de médicos entre los que figuraban Vicente Contreras, Juan Luis González, Gonzalo Sepúlveda, Ramón Valdivieso, Juan Pablo Beca, Mauricio Parada, Carlos Zabala y Juan Reyes, entre otros.
Alguien cercano a la familia recibió una llamada telefónica en que le decían que un paramédico de apellido González estaba infectando al ex mandatario. Pero no había nadie con ese apellido en el personal de la clínica.
Los esfuerzos fueron inútiles. Frei Montalva sufrió progresivas fallas multisistémicas que culminaron con su muerte a las 17 horas del viernes 22 de enero de 1982, cinco días después de haber cumplido 71 años.

MUESTRAS Y AUTOPSIA
Pocos minutos después de su fallecimiento llegaron a la Clínica Santa María dos patólogos de la Universidad Católica, Helmar Rosenberg Gómez y Sergio González Bombardiere, acompañados por el auxiliar Humberto Gallardo, para efectuar una autopsia y embalsamar el cadáver, trabajo que realizaron sin nadie presente, según declaró Rosenberg ante el juez Madrid. El equipo había sido enviado por el doctor Hernán Barahona, jefe de los anatomopatólogos del Hospital Clínico de la UC, a petición, aparentemente, de los médicos encargados por la familia Frei -los doctores Patricio Rojas y Patricio Silva-, para servir de enlace con los distintos profesionales involucrados en la atención del ex presidente.
Rosenberg aseguró al juez Madrid que sacaron muestras del hígado, riñón y pulmones de Frei Montalva, tarea que concluyeron cerca de las 21 horas. Más tarde, en el Hospital Clínico de la UC, fotografiaron las vísceras y prepararon muestras para efectuar posteriormente la microscopía electrónica. Agregó que, a mediados de marzo de 1982, tras concluir las pruebas de laboratorio, realizó un protocolo manuscrito de todo lo encontrado, información que entregó al doctor Barahona. Poco después, por instrucciones de su jefe se reunió con los doctores Rojas y Silva para darles a conocer los antecedentes, sin que ellos pidieran análisis adicionales.
Aquella autopsia permaneció extraviada casi veinte años, hasta que en enero de 2003 fue encontrada en un archivo del hospital clínico de la UC, rotulada como NN. Incautada por el juez Madrid, fue exhibida a la secretaria Carmen Barahona Solar, encargada en 1982 de transcribir las cintas donde los patólogos de la UC grababan las autopsias. Para sorpresa del magistrado, la mujer indicó que el informe no correspondía en su totalidad al que ella había transcrito con su máquina de escribir; es más, la autopsia entregada por la UC estaba escrita en computador e impresa en un papel diferente al que ella utilizaba.
Este embrollo ha sido una de las principales líneas de investigación del juez Alejandro Madrid, quien al parecer aún no consigue precisar lo que verdaderamente ocurrió en aquel procedimiento forense.

FATÍDICO MARTES 8
El martes 8 de diciembre de 1981, mien-tras Frei ingresaba al quirófano para un aseo quirúrgico de urgencia, en la galería 2 de la Cárcel Pública cuatro presos políticos del MIR -los hermanos Ricardo y Elizardo Aguilera, Guillermo Rodríguez Morales y Adalberto Muñoz Jara-, junto a cuatro presos comunes eran víctimas de envenenamiento con la bacteria Clostridium botulinum, que fue sembrada en su comida. Seis de ellos lograron salvarse gracias a la Vicaría de la Solidaridad y el Codepu, que consiguieron el anticuerpo de la toxina en Estados Unidos y Argentina. Dos presos comunes, Víctor Hugo Corvalán Castillo y Héctor Pacheco Díaz, murieron los días 9 y 20, víctimas de una “intoxicación aguda inespecífica”, según precisó el Servicio Médico Legal.
Poco tiempo después, la tecnóloga médica Eliana Gladys Marambio, del Instituto Bacteriológico, quien había diagnosticado la intoxicación por botulismo en los presos, intentó rescatar en el Servicio Médico Legal parte del intestino del primer fallecido para analizarlo. Pero las muestras habían desaparecido.
Las toxinas botulínicas se cuentan entre las más letales. La variedad denominada cepa A es mortífera aún utilizada en una proporción de una milésima de millonésima de gramo por kilo del cuerpo humano, lo que le confiere un potencial tóxico cien mil veces superior al gas sarín. Producida por la bacteria Clostridium botulinum, esta toxina se disuelve fácilmente en agua cuando está en polvo fino. Podría emplearse en ataques con aerosol (pese a que en contacto con el aire se descompone y pierde rápidamente gran parte de su toxicidad), o para contaminar los alimentos. Los síntomas comienzan con náuseas, diarrea, mareo y debilidad. Se les suman más adelante visión doble, dificultades respiratorias por acumulación de flemas y convulsiones, hasta producir la muerte.

CONEXIÓN CON BERRÍOS
Al promediar el otoño de 1995 fue encontrado en una playa de Uruguay el cadáver del químico de la Dina Eugenio Berríos, quien fue sacado de Chile en 1991 por agentes de la Dirección de Inteligencia del Ejército (Dine), para evitar que revelara a la justicia la información que tenía sobre actividades secretas de la Dina y del ejército. Berríos fue ejecutado con dos balazos en la nuca, sepultado cabeza abajo y con sus manos amarradas con alambre, un método empleado por organizaciones mafiosas para eliminar a los traidores.
En los meses siguientes, empezaron a conocerse las actividades de Berríos, en especial su papel como fabricante de gases y toxinas para uso de la Dina y de unidades secretas del ejército. Se conoció de la manipulación de gas sarín en varios asesinatos cometidos por la Dina y de la producción de venenos químicos para una eventual guerra con Perú o Argentina. También se supo de su enorme interés por conseguir nuevos métodos para la refinación de cocaína, a la que era adicto.
En octubre de 2000, desde La Moneda se pidió al director de Investigaciones que hiciera una prospección sobre las probabilidades de que el ex presidente Frei Montalva hubiese sido envenenado. El director, Nelson Mery, encargó la tarea a uno de sus mejores agentes, Nelson Jofré, quien inició su pesquisa en el Instituto de Salud Pública. A las pocas semanas, había conseguido algunos datos sorprendentes.
Uno de ellos señalaba que en julio de 1981, por encargo del jefe de seguridad del Bacteriológico, el comandante Jaime Fuenzalida Bravo, un funcionario de la entidad había retirado desde la Cancillería un paquete que contenía un tubo con Clostridium botulinum. La toxina, que había llegado por valija diplomática, quedó en manos del director del Instituto, el coronel Joaquín Larraín Gana.
El detective Jofré pudo establecer los lazos que existían entre el Bacteriológico y el Complejo Químico del Ejército, en Talagante. Pero su búsqueda también permitió descubrir la existencia del muy secreto Laboratorio de Guerra Bacteriológica, en calle Carmen 339, donde hoy se encuentra el Archivo Judicial, y que dirigía el médico Eduardo Arriagada Rehren.
Desde el Bacteriológico se suministraban equipos, muestras químicas y biológicas, además de animales para experimentación, no sólo a algunas unidades militares sino también a médicos de la Colonia Dignidad. Otro antecedente hallado por Jofré fue la relación de Eugenio Berríos con varios profesionales del Instituto.
Poco después de la investigación de Jofré, la familia Frei se hizo parte judicial por el secuestro y asesinato de Berríos, que llevaba en el Sexto Juzgado del Crimen la jueza Olga Pérez, y que poco había avanzado hasta entonces. Eso cambió radicalmente a partir del 31 de enero de 2003, cuando asumió el juez Alejandro Madrid, quien abrió nuevas líneas de investigación.

EL CHOFER ENQUISTADO
Raúl Lillo Gutiérrez, ex agente de la Dina y de la CNI, perteneciente a la Brigada Político-Sindical de esta última, y luego miembro de la Unidad Especial de la Dine, reveló al juez Madrid una conversación con Eugenio Berríos, mientras lo custodiaba estando retenido en Uruguay. Berríos -aseguró Lillo- le comentó que en diciembre de 1981 había logrado introducir una toxina preparada por él en unas latas de conservas a la ex Cárcel Pública, para envenenar a unos miristas.
Un dato del inusual currículum de Lillo interesó al magistrado. Mientras estuvo en la Dina y en la CNI, Lillo había sido el agente de control de Luis Becerra, chofer de confianza de Frei Montalva, quien actuó como informante de la Dina hasta mediados de los 90, cuando trabajaba con Andrés Zaldívar.
El objetivo de Berríos en la Cárcel Pública, por encargo de un hasta ahora anónimo jefe, aparentemente no eran los miristas que resultaron envenenados, sino el jefe de la fuerza central del MIR, Carlos García Herrera, quien había integrado el comando que ejecutó el 15 de julio de 1980 al coronel Roger Vergara, director de la Escuela de Inteligencia del Ejército.
Vergara dirigía una reservada investigación sobre un cuantioso fraude con el IVA, cercano a los 20 millones de dólares, y algunos otros negocios oscuros emprendidos por el general Manuel Contreras, ex jefe de la Dina, a través de varias empresas creadas por él y un grupo de amigos. La muerte del coronel Vergara motivó que Pinochet sacará al general (r) Odlanier Mena, adversario acérrimo del ex jefe de la Dina, del mando de la CNI. Años después se sabría que Eugenio Berríos había recibido también una petición de Manuel Contreras para preparar un veneno para agregar al té que se servía al general Mena.
El año 2003 la familia Frei redobló sus esfuerzos para esclarecer la muerte del ex presidente. Reaparecieron las dudas que tuvo el médico que operó a Frei inicialmente, el doctor Augusto Larraín, primo de los hermanos Zaldívar Larraín. También se insistió en que la familia Frei no había autorizado la autopsia ni la extracción de muestras de tejidos. Pidieron, además, que se investigara al personal médico y paramédico que trabajaba en la Clínica Santa María en 1981.
Surgió entonces una nueva vertiente de sospechas. A lo menos tres médicos que habían prestado servicios a la Dina -los doctores Pedro Valdivia Soto, Sergio Vélez Fuenzalida y Enzo Fujije- laboraban en la Clínica Santa María en el período en que Frei Montalva estuvo internado allí. Los tres formaban parte de un grupo más amplio de colaboración con agentes de la Dina y CNI en interrogatorio y tortura de prisioneros, tanto en cuarteles secretos como en las clínicas Santa Lucía y London. En diversos procesos judiciales se ha determinado que a numerosos secuestrados se les inoculó agentes químicos y biológicos que, en varios casos, les produjeron la muerte.
A partir de abril de 2005, el juez Madrid se abocó, en un proceso aparte, a tratar de despejar las dudas sobre la muerte del ex presidente Frei Montalva. Una arista ha sido investigar si existía personal médico o auxiliar en la clínica que trabajara secretamente para los aparatos represivos de la dictadura y que pudiese haber “plantado” alguna toxina en el cuerpo del ex presidente. Otra línea de investigación han sido los peritajes forenses a muestras de tejidos de Frei, para identificar sustancias tóxicas que pudieran haberle producido la muerte.
La jefa de peritos, la doctora Carmen Cerda, estremeció los ámbitos político y de tribunales al declarar, refiriéndose a la muerte de Frei Montalva: “Hubo intervención de terceros. Le administraron un conjunto de sustancias en distintas ocasiones”. La afirmación fue mediada por el magistrado, quien ha mantenido cuidadosa reserva de su investigación. Una parte considerable del expediente lo mantiene guardado bajo siete llaves, sin que nadie lo conozca hasta hoy. Lo dicho por la doctora Carmen Cerda parece creíble. Ella sostuvo, por ejemplo, hace bastante tiempo, que Raúl Pellegrín y Cecilia Magni, ex comandantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, habían sido asesinados, contradiciendo los exámenes de sus colegas, que sostuvieron que habían perecido ahogados. Hoy no caben dudas de que ambos fueron asesinados mediante atroces torturas.
Un antecedente que maneja el juez Madrid es la identidad falsa de un probable funcionario de la Clínica Santa María que habría sido portador de las toxinas que provocaron la muerte de Frei Montalva.
Así, paso a paso, el juez Alejandro Madrid, un investigador riguroso, avanza inexorablemente hacia la verdad.

MANUEL SALAZAR SALVO

(Publicado en revista “Punto Final” edición Nº 667, 25 de julio, 2008)

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